jueves, 28 de abril de 2011

PUEDO CONFIAR EN JESÚS


En una reunión de evangelización, el orador estaba explicando qué significa permanecer en Cristo y confiar por completo en Él en toda dificultad. Al concluir su mensaje, repitió varias veces: «Significa que, en toda situación, puedes seguir diciendo: “Puedo confiar en Jesús para esto”».
Más tarde, la reunión quedó abierta para dar testimonios. Una joven dijo: «Hace unos minutos, me entregaron este telegrama. Dice: “Mamá está muy enferma. Toma el tren de inmediato”. Cuando vi esas palabras, supe que el mensaje de esta noche era justo para mí. Mi corazón miró al cielo y dijo: “Puedo confiar en Jesús para esto”. Al instante, mi alma se inundó de paz y fortaleza».
Tres o cuatro semanas después, el evangelista recibió una carta de esta mujer, que decía: «Gracias otra vez por el mensaje que dio ese día. La vida se ha convertido en un salmo ininterrumpido de victoria porque me di cuenta de que, sin importar lo que suceda en la vida, Puedo confiar en Jesús para eso».
Esa creyente había hallado en Cristo a la Persona que estaría con ella « pasamos por el fuego y por el agua, pero nos sacaste a un lugar de abundancia.» (Salmo 66:12).
Si estás soportando una gran prueba de aflicción, recuerda que… ¡Puedo confiar en Jesús para eso!

viernes, 22 de abril de 2011

TRES HOMBRES EN TRES MADEROS

Por: Mart De Haan 
 La crucifixión era una tortura. Se usaban tiras de piel o clavos para colgar a un condenado en un madero. Igual que un animal indefenso enredado en una cerca de alambres de púas, la víctima podía sobrevivir durante días soportando un dolor extremo. La muerte por lo general se producía por ahogo cuando, colgada de las manos, la víctima perdía la fuerza para respirar.
En la primavera del año 33 d.C., la crucifixión de tres hombres en las afueras de las murallas de Jerusalén cambió el curso de la historia del mundo. El acontecimiento en sí era común en el antiguo Oriente Medio.
Y sin embargo, 2.000 años después, el mundo todavía habla de esas tres muertes. En la Biblia de mi abuelo encuentro una explicación del significado de esas muertes. Mi abuelo, escribió lo siguiente con palabras que considero memorables:
«Un hombre murió con culpa en él y sobre él. Otro hombre murió con culpa en él, pero no sobre él. Y el tercero murió con culpa sobre Él pero no en Él.» Desde que encontré esa cita me he aferrado a ella como a una descripción profundamente sencilla de algunas diferencias que todos necesitamos entender.
UNO MURIÓ CON PECADO EN ÉL Y SOBRE ÉL
Fue el primero de los dos ladrones ejecutado ese día. Según la ley de aquella tierra, recibió el castigo que merecía. Un juez que tenía la autoridad del César romano lo sentenció y lo condenó, igual que a una casa que ya no sirve para ser habitada. Parece que el primer ladrón murió enojado. Probablemente estaba
enojado consigo mismo porque lo atraparon, enojado con el juez que lo sentenció, y enojado con todos los que lo habían defraudado. Especialmente, parece haber estado enojado con el hombre llamado Jesús, que inocentemente pendía junto a él. El primer ladrón no era el único que despreciaba a Jesús.
Otros también lo despreciaban. Era fácil estar furioso con alguien que decía ser la luz y la esperanza del mundo, y que pendía allí como un delincuente común que ni siquiera se salvaba a Sí mismo de la muerte. Enojado con Jesús por no ser capaz de ayudarse a Sí mismo ni a nadie más (Lucas 23:39), el primer ladrón murió con su propio pecado en él y sobre él.
UNO MURIÓ CON PECADO EN ÉL PERO NO SOBRE ÉL
Ese día ejecutaron a otro ladrón. Al principio se unió a los otros que ridiculizaban e insultaban a Jesús. Durante un rato, él también se burló de Jesús con el desafío de que se salvara a Sí mismo y a ellos si es que realmente era el Mesías prometido (Mateo 27:44).
Sin embargo, a medida que oscureció, el segundo ladrón experimentó un cambio en su corazón. Volviéndose al primer ladrón dijo: « ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lucas 23:39-43). Esa puede haber sido una de las diez conversaciones más importantes que se haya registrado jamás. Esas pocas palabras demuestran lo que declara el resto del Nuevo Testamento. El perdón de pecados y la vida eterna son otorgados a todo el que cree en Jesús. Nada más y nada menos. La fe sola en Cristo determina nuestro destino eterno (Juan 3:18; Hechos 16:31Romanos 4:5; Efesios 2:8-9; Tito 3:5).
El segundo ladrón no tuvo tiempo de limpiar su vida. No tuvo tiempo de hacer nada excepto creer en Jesús. En el proceso, nos dio a todos un ejemplo de lo que se necesita para entrar en la familia eterna de Dios. Como respuesta a la más sencilla expresión de fe, Jesús le aseguró el perdón. El segundo ladrón murió con pecado en él, pero no sobre él. El Juez de los cielos quitó la culpa de sus hombros y la colocó sobre Jesús, el que lleva nuestro pecado.
UNO MURIÓ CON PECADO SOBRE ÉL PERO NO EN ÉL
Jesús cargó con la culpa. Murió con el peso del pecado del mundo encima, pero sin la más mínima maldad en Él. Tres días después resucitó de entre los muertos para mostrar que Su muerte, por trágica que fuera, no fue un error. Con un cuerpo cicatrizado y resucitado, Jesús dio a cientos de sus discípulos la evidencia que necesitaban para creer que Él había ocupado su lugar en la muerte. El juicio de Dios había caído sobre Él y no sobre nosotros. Lo que encuentro asombroso además es que esa es nuestra historia. Nosotros estábamos allí. Estábamos allí porque Dios estaba allí en lugar nuestro, llevando nuestros pecados.
También estábamos allí porque todos nosotros responderemos, o bien como el primer ladrón, o bien como el segundo. Las palabras no importan; la fe sí. Si usted no tiene la fe, pero la desea, pídasela a Dios.
Padre celestial, gracias por ayudarnos a vernos a nosotros mismos. En el primer ladrón vemos nuestra
inclinación inicial a aborrecerte, a rechazar tu amor, y a dejar que nuestra ira nos aleje de Ti y de los demás. Gracias por ablandar nuestros corazones para que podamos también vernos en el segundo ladrón, el cual volvió a sus cabales antes de que fuera demasiado tarde.

jueves, 21 de abril de 2011

COMO UN CORDERO

En 1602, el artista italiano Caravaggio pintó un cuadro titulado La captura de Cristo. Esta obra, una muestra temprana del estilo barroco, es cautivante. Hecha con matices oscuros, permite que el observador contemple el arresto de Jesús en el huerto de Getsemaní. Dos elementos notorios de la escena descrita en la pintura captan la atención de quien la contempla. El primero es Judas, dando el beso traidor. Sin embargo, la vista luego se centra inmediatamente en las manos de Jesús, las cuales están suavemente entrelazadas mostrando que no ofrecía ninguna resistencia ante esa injusticia. Aunque Cristo tuvo el poder para crear un universo, se entregó voluntariamente a Sus captores y a la cruz que le aguardaba.
Mucho antes de que tuviera lugar esta escena, Jesús les dijo a sus oyentes que nadie podía quitarle la vida, sino que Él la ponía voluntariamente (Juan 10:18). Esta actitud de entrega voluntaria fue profetizada por Isaías, quien escribió: «Como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca» (Isaías 53:7).
El sacrificio personal de Cristo, a semejanza del de un cordero, es una muestra maravillosa de la grandeza de Su amor. «Nadie tiene mayor amor que este», explicó Él, «que uno ponga su vida por sus amigos» (Juan 15:13). Piénsalo. ¡Hasta tal punto te amó Jesús!

sábado, 2 de abril de 2011

¿HABLAR O NO HABLAR?

A veces, el silencio es la mejor respuesta ante una acusación falsa. En otras ocasiones, debemos hablar.
Cuando los testigos falsos acusaban a Jesús delante del Sanedrín, Él «callaba» (Marcos 14:56, 57, 58, 59, 60, 61). Habría sido inútil defenderse. Además, estaba cumpliendo la profecía de Isaías 53:7Sin embargo, un tiempo antes, durante Su ministerio, el Señor censuró a los fariseos y los desafió a que demostraran que Él había pecado (Juan 8:46).
Cuando unos “hermanos” de la iglesia fueron llamados a disciplinarse, en lugar de arrepentirse decidieron irse de la congregación y  dijeron mentiras sobre el pastor. El pensó que defenderse no era una actitud cristiana, y, en ciertos casos, es así. Pero, en esa ocasión, era necesario enfrentar a los alborotadores y rechazar sus falsas acusaciones. Ellos se fueron a otra congregación donde se repitió la misma historia. El pastor tendría que haberlos instado a arrepentirse o, de lo contrario, enfrentar la disciplina de la iglesia.

El no decir nada puede permitir que los perversos sigan adelante con sus malignidades Sin embargo, si el Espíritu de Dios nos guía a permanecer en silencio, o si simplemente queremos tratar de salvaguardar el orgullo herido, debemos controlar nuestra lengua.
¿Te están acusando falsamente? Si consideras que es inútil discutir o si tu orgullo ha sido herido, pídele a Dios que te dé la gracia para no decir nada. Pero, si te preocupan los perversos y quieres que se haga justicia, ¡habla!
El silencio puede valer mucho; no lo rompas, a menos que puedas decir algo más valioso.