En algunos círculos, se cataloga de inestables a
aquellos que creen haber escuchado la voz de Dios. Otros tienen en alta estima
a los que habitualmente citan lo que Dios les habló al corazón.
Como muchos pensamos que esta práctica se relaciona
con nuestra salud mental o con nuestra espiritualidad, valdría la pena intentar
responder juntos una pregunta que podría afectarnos a todos. Al hablar,
¿debemos poner al mismo nivel lo que pensamos que Dios nos dijo y lo que
citamos de Su Palabra?
Por un tema de fe, muchos tenemos la convicción de que
el Creador que con Su palabra hizo los mundos nos habla muchísimo a través de
Su creación, de nuestra conciencia, de Sus Escrituras y por medio de Su
Espíritu.
Sin embargo, si Dios puede comunicarse con claridad
como para que lo «oigamos», ¿significa que podemos citar de la misma manera
todas las formas en que nos habla? Por ejemplo, ¿qué pensamos cuando alguien
dice algo así: «Estaba parado afuera la otra noche, mirando las estrellas, y el
Señor me preguntó: “¿No crees que tengo suficiente poder como para encargarme
de los problemas con los que luchas?”». ¿Y qué sucede cuando escuchamos frases
como: «El Señor me está llamando a…», «El Señor me aseguró que…», «Dios me guía
a…», o «Estaba leyendo la Biblia el otro día y el Señor me prometió…»?
El verdadero interrogante es el siguiente: ¿qué sucede
si, al citar a Dios de estas maneras, ponemos en Su boca palabras que no
reflejan lo que nos diría en nuestra situación actual?
En la época del Antiguo Testamento, atribuirle al
Padre dichos que no eran suyos era un delito que se castigaba con la muerte. (Deuteronomio
18:19-20). Este texto, aun siendo muy antiguo, demuestra la preocupación de
Dios en cuanto a ser citado erróneamente.
Sin embargo, es igualmente cierto que la pregunta
«¿Con que Dios os ha dicho…?» aparece primero en la Biblia como táctica
diabólica, usada para sembrar la duda en la mente de Eva. Entonces, algunos
quizá teman hacer la misma pregunta por miedo a sembrar su propia semilla de
duda.
Podría ser una preocupación legítima, a menos que
nuestra motivación difiera de la del enemigo. ¿Y si nuestro propósito no fuera
confundir, sino aclarar lo que el Creador realmente dijo? ¿Cómo podemos
garantizar que el cuidado con que citamos a Dios es similar a nuestra disposición
para oírlo hablar?
Citar al Dios de la Biblia. Por
ejemplo, imaginemos que no sabemos si debemos endeudarnos para realizar una
compra importante. Al sopesar la decisión, nuestra lectura devocional dice: «Mi
Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en
Cristo Jesús» (Filipenses 4:19). En este pasaje, ¿interpretamos que Dios nos
dice: «Realiza la compra y confía en mi provisión para pagarla» o vemos que
mediante las palabras de Pablo el Señor nos promete lo siguiente: «Confía en
que yo supliré tus necesidades sin que tengas que endeudarte»?
Por cierto, toda la Biblia confirma la capacidad del
Padre para cuidarnos, pero, al intentar sacar conclusiones de las palabras de
Filipenses 4:19, ambos puntos de vista quizá representen un mal uso de las
Escrituras. Según cómo se interprete el texto, el apóstol podría haber
expresado su deseo de que Dios supliera las necesidades de quienes lo habían
ayudado económicamente, pero también podría indicar su confianza en que el
Señor se ocuparía de otros así como ellos se habían ocupado de él. Cualquier interpretación
nos ayudaría a confiar en la provisión de Dios, mientras nosotros cubramos las
necesidades de los que le sirven. Sin embargo, no podemos afirmar que alguna de
ellas indique que Dios nos está diciendo si debemos endeudarnos o no. Para
respetar correctamente las Escrituras, debemos recordar que «lo que Dios dijo»
se limita al significado e intención original del texto que Él inspiró.
Citar al Dios que nos habla al corazón. En
cuanto a lo que sentimos que el Altísimo le dijo a nuestro espíritu, tener
cierta precaución puede ser de gran ayuda. En lugar de decir: «Dios me habló al
corazón», lo único que necesitamos decir es algo así: «Creo que Dios me dijo…»
o «Tengo una idea muy personal y profunda de lo que quiere decir la Biblia
cuando cita que Dios declara: “No te dejaré ni te desampararé”».
Expresar sinceramente lo que creemos que
Dios nos dice aclarará que hablamos de nuestras percepciones sobre la guía de
Dios. Centrarnos en nuestra función al tratar de comprender cómo el Padre obra
en nuestra vida es mucho más seguro que arriesgarse a poner en Su boca palabras
que Él nunca diría.
Tal precaución podría dejarnos más inseguros de lo que
nos gustaría, pero ¿quién posee más razones para ser cauto con lo que le
atribuye al Creador que aquel que tiene la Palabra de Dios en alta estima?
Padre celestial, tus palabras son demasiado preciosas
como para mezclarlas con las nuestras. Perdónanos por confundir
involuntariamente nuestros deseos con tus promesas. No queremos dudar de ti ni
citarte erróneamente, por tu bien y por el nuestro.
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