Un joven,
que constantemente se metía en problemas(el primo de un amigo), siempre pedía perdón a los padres
cuando lo reprendían. A pesar del daño que les había hecho con su mal proceder,
al poco tiempo volvía atrás y se portaba mal otra vez, porque sabía que lo
perdonarían.
Al final, el
padre lo llevó al garaje para hablar. Tomó un martillo y clavó un clavo en la
pared. Luego le dijo a su hijo que tomara el martillo y sacara el clavo.
El muchacho
se encogió de hombros, tomó el martillo y arrancó el clavo.
—El perdón
es así, hijo. Cuando haces algo malo, es como clavar un clavo. Perdonar es como
sacar ese clavo.
—Ahora toma el
martillo y saca el agujero que hizo el clavo— agregó su padre.
—¡Es
imposible!— dijo el joven. —No se puede sacar.
Como lo
ilustra esta historia y lo comprueba la vida del rey David, el pecado acarrea
consecuencias. Aunque David fue perdonado, el adulterio y el asesinato que
cometió dejaron marcas, y desencadenaron problemas familiares (2
Samuel 12:10). Esta solemne verdad puede servir de advertencia para nuestra
vida. La mejor manera de evitar las secuelas perjudiciales del pecado es vivir
obedientes a Dios.
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