lunes, 10 de octubre de 2011

JACKDAW

Fue un caso de incendio premeditado. El perpetrador había incendiado su propia casa. ¿Por qué? ¿Para cobrar el dinero del seguro? ¿Para obligar a su socio a que le vendiera su parte? ¿Para ocultar la evidencia? No.
¿Sabes qué? El criminal era una corneja, un miembro de la familia de los cuervos. Fiestero incorregible y coleccionista, había recogido un cigarrillo encendido y había dejado caer su «botín» en su nido. Al poco tiempo, sólo quedaban cenizas.
El nombre en inglés para corneja [jackdaw] viene de una antigua palabra inglesa que se usaba para ridiculizar a alguien que era tonto, ratero o hablador. La corneja (incluyendo a ésta) hace honor a su reputación. En la tierra se pavonea con contoneo. En el aire, su estilo es de exhibicionismo arriesgado. Y cuando llega la hora de cantar, la corneja es más ruidosa que un gallo al amanecer. Le encanta formar parte de una multitud estridente.


Probablemente tengas amigos  parecidos a la corneja. Tienen el mismo gusto por la diversión y la tontería. Les encantan las bromas pesadas. Una buena risotada los hace el alma de la fiesta. Dondequiera que estén hay diversión y alegría.
Pero al igual que la corneja, estas personas se pueden quedar cortas en discernimiento. Pueden «empezar fuegos» de irritación, dolor y resentimiento —aun entre sus compañeros y amigos— porque no ven el daño que causan y son insensibles a los sentimientos de los demás. Están tan interesadas en divertirse o en captar toda la atención que nunca piensan en la manera en que sus palabras o sus acciones pueden herir a los que los rodean.
Aprendamos de la corneja… y de 
Eclesiastés 2:13. Aunque la diversión tiene su
lugar, un chiste nunca es divertido si «quema» a otra persona o hace que la gente se ría a expensas de alguien.

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