1. PECADOS RETENIDOS O NO CONFESADOS: Esta es quizás la más común de las barreras de la oración. Es muy común que a lo largo de nuestra vida antes de conocer de Cristo haya algún pecado que por costumbre o tradición lo hicimos nuestro y nos cueste trabajo confesar a nuestro Señor ya sea porque creemos que no es muy grande o que a nuestra carne le cueste trabajo dejar y no nos animamos a entregar a nuestro Creador aunque sabemos que no es del agrado de Dios. Posiblemente al igual que el apóstol Pablo le has dicho “Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.” (Rom 7:15) dice el Sal 66:18 (NVI) “Si en mi corazón hubiera yo abrigado maldad, el Señor no me habría escuchado”. Dios es perfecto y no puede tolerar el pecado en nosotros. Como resultados, le resta poder a nuestras oraciones. La buena noticia es que Dios nos perdona cuando hay arrepentimiento y confesamos el pecado, este desaparece. 1Jn 1:7 “pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”.
Dios perdona y en ese momento se restaura nuestra relación y nuestra oración vuelven a cobrar poder. La oración evita que pequemos. El pecado evita que oremos.
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