jueves, 28 de julio de 2011

MANA


¿Cuál es tu refrigerio favorito? ¿Las papitas fritas? ¿Las galletitas? ¿Los dulces? ¿El chocolate, en cualquiera de sus formas?
Elizabeth, una estudiante  de segundo año de bachillerato, admite que el refrigerio que más le gusta comer después de clases es una bolsa bien grande de papitas fritas. Elizabeth dice: «Las como todos los días. Es la comida de la que nunca me canso.»
Pero, ¡un momento! ¿Papitas fritas grandes todos los días? Eso puede que no suene muy mal como refrigerio, pero, ¿y si la única comida que comieras todos los días durante 3 años de bachillerato fuera papitas fritas?
Ahora considera a los israelitas en el desierto de Sinaí. El Señor milagrosamente les daba todos los días un alimento llamado maná. Después de un año, ellos se hartaron de la cosa esa y dijeron: «y ahora nuestra alma se seca; pues nada sino este maná ven nuestros ojos. » (Números 11:6).
Aunque al principio podríamos solidarizarnos con los israelitas, considera que su queja iba dirigida a Dios. Y recuerda que era un milagro diario que tuvieran comida alguna. Todas las mañanas tenían maná fresco en el suelo a su alrededor. Era un regalo de Dios.
Sin embargo, ellos se quejaron. ¿Somos nosotros diferentes? ¿Nos cansamos de lo que Dios nos da día tras día?
¿Nos hartamos del mismo trabajo, la misma escuela, las mismas ropas, el mismo ingreso? No es malo soñar ni trabajar para tener una vida mejor, pero ¿damos por sentada la provisión diaria del Señor? ¿Nos ofendemos por lo que tenemos? 

Señor, ayúdanos a ver el milagro diario que es la manera en que suples lo que necesitamos. Perdónanos por quejarnos. Danos un corazón agradecido. Amén.

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