martes, 29 de marzo de 2011

EL CORREO AJENO

Leer la correspondencia de otras personas no sólo es un delito federal, sino que es de muy mala educación. Todo el mundo lo sabe.
Aun así, me gustaría sugerirte que leas algunas cartas que no fueron escritas para ti. No, no me refiero a interceptar las notas que el director de la escuela de tu hermanito les envía a tus padres. Me refiero a algunas cartas escritas con un remitente de Apóstol, Pablo, el; Tarso; Cilicia.
Hay cosas bien buenas en esas cartas. Aparentemente, las personas a quienes les escribía se parecían mucho a la gente de las iglesias a las que asistimos. No eran perfectas, sino perdonadas, y necesitaban que el señor Apóstol les hiciera una firme advertencia verbal sobre lo que estaban haciendo.
Pero hay otras cosas en esas cartas también. Mira, por ejemplo, lo que hay en 1 Corintios:
• Personas que participaron en una riña de la iglesia.
• Miembros de la iglesia que se demandaban unos a otros.
• Una conversación franca sobre inmoralidad sexual.
• Instrucciones sobre el matrimonio.
• Una práctica extraña de comer cosas que otros habían sacrificado a los ídolos (algo que no vemos mucho hoy día).
• Pablo teniendo que defenderse ante personas que no creían que él era genuino.
• Cosas históricas que debieron haber recordado a la gente que leyera el AntiguoTestamento.
• Reglas claras acerca de cómo celebrar un culto de adoración.
Es obvio que sacarás mucho más provecho a la lectura de la correspondencia de estas personas de lo que sacarías interceptando una carta de la tía María. Pero hay algo mucho mejor. Estas cartas fueron inspiradas. Eran exactamente lo que Dios quería que ellos, y por extensión, nosotros, escucháramos.
¿Por qué no te lees las cartas de Pablo? Léelas una y otra vez. Te sorprenderá cuánto de nosotros hay en esas cartas.

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