La pequeña Yanina, de cinco años, no estaba empezando bien
el día. Todos sus intentos por acomodar el mundo a sus gustos tenían resultados
negativos. Discutir no servía; hacer pucheros tampoco; llorar menos.
Finalmente, su mamá le recordó el versículo bíblico que la niña había estado
aprendiendo: «En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti» (Salmo
119:11).
Al parecer, Yanina había estado pensando en ese versículo,
porque al instante contestó: «Pero mamá, ahí no dice que no voy a pecar, sino
que tal vez otro día no lo haga».
Sus palabras resultan sumamente conocidas. Suelo escuchar
argumentos similares en los hermanos y en mi propia mente. Las lagunas
jurídicas tienen algo profundamente atractivo, y recurrimos a ellas cada vez
que hay un mandato que no queremos obedecer.
Jesús habló de este problema con líderes de la fe que pensaban
que habían hallado una laguna jurídica en sus leyes religiosas (Marcos 7:1-13).
En lugar de honrar a sus padres mediante el sustento material y financiero,
dedicaban todos sus bienes a Dios; por lo cual, limitaban su uso. Aunque la
desobediencia de ellos no era descarada, Jesús dijo que ese comportamiento era
inaceptable.
En cuanto comenzamos a buscar lagunas jurídicas, dejamos de
ser obedientes.
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