
Cuando buscamos un lugar tranquilo para estar a solas con
Dios, tal vez nos gustaría tener una «placa acústica». Sin embargo, aunque
pudiéramos silenciar todos los sonidos externos, el ruido interior de las
preocupaciones podría seguir reverberando en nuestra mente. Se nos dice: «Estad
quietos, y conoced que yo soy Dios» (Salmo
46:10). Pero, en términos prácticos, ¿cómo acallamos el corazón?
Dios entiende nuestro dilema y provee Su propia «placa
acústica» para aquietar nuestro interior: intercambiar nuestras preocupaciones
por Su paz. «Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones
delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de
Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros
pensamientos en Cristo Jesús» (Filipenses
4:6-7).
Cuando colocamos nuestras angustias en las expertas manos de
Dios, hallamos la tranquilidad que sólo Él puede brindar.
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