En estos meses por mi tierra es temporada de selección de
candidatos de los partidos políticos y al igual que algunos “Cristianos” suelen
prometer y prometer. Cuando la gente dice suspirando: «Promesas, promesas»,
suele ser porque se ha desilusionado de alguien que no cumplió con su palabra.
Cuanto más sucede esto, mayor es la tristeza y más profundo el suspiro.
¿Alguna vez te pareció que Dios no cumple Sus promesas? Con
el tiempo, esta actitud puede instalarse de manera sutil.
Después que Dios le prometió a Abraham: «Haré de ti una
nación grande» (Génesis
12:2), pasaron 25 años antes del nacimiento de su hijo Isaac (21:5).
Durante ese período, Abraham cuestionó al Señor porque ese hijo no llegaba (15:2).
Tal es así, que recurrió a ser padre a través de la sierva de su esposa (16:15).
De todos modos, en medio de esos altibajos, Dios continuaba
recordándole que había prometido darle un hijo y, entre tanto, lo instaba a
seguirlo fielmente y a creer en Él (17:1-2).
Cuando reclamamos alguna de las promesas que el Señor hace
en la Biblia, ya sea de darnos paz mental, coraje o provisión para suplir
nuestras necesidades, nos estamos colocando en Sus manos y ajustando a Sus
plazos. Mientras esperamos, puede parecer que el Señor se ha olvidado de
nosotros; sin embargo, la confianza se aferra a la realidad de que, cuando nos
apoyamos en Sus promesas, Él permanece fiel. La seguridad está en nuestro
corazón, y el tiempo, en Sus manos.
Con respecto a las promesas de los hombres nos dice el
profeta Jeremías (17:5)
<<… maldito el varón que confía el el hombre…>>
Y tú ¿cumples tus
promesas?
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