Cuando un alumno de una escuela secundaria trató de usar un
termómetro para medir una mesa, su maestro quedó estupefacto. En 15 años como
maestro, David había visto muchas situaciones lamentables y chocantes, pero no
podía salir de su asombro al pensar cómo podía haber llegado ese estudiante a
la escuela secundaria sin poder distinguir entre una regla y un termómetro.
Cuando un amigo me contó esta historia, me descorazoné por
la situación de ese alumno y de otros como él que están tan atrasados en su
educación. No pueden avanzar porque todavía no han aprendido las lecciones
básicas de la vida cotidiana.
Pero después, me vino a la mente un crudo pensamiento: ¿No
hacemos a veces lo mismo cuando usamos instrumentos de medición espiritual
equivocados? Por ejemplo, ¿suponemos que las iglesias con mayores recursos son
las más bendecidas por Dios? ¿Acaso no pensamos ocasionalmente que los
predicadores populares son más piadosos que aquellos que tienen menos
seguidores?
La medida correcta de nuestra condición espiritual es la
cualidad de nuestro andar, que se mide mediante atributos tales como la
humildad, la bondad y la
longanimidad (Efesios
4:2). «… soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor» es un
buen indicador de que estamos alcanzando la meta de Dios para nosotros: «… la
medida de […] la plenitud de Cristo» (v.
13).
Nuestro amor a Dios puede medirse por nuestro amor a los
demás.
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