David huyó de Jerusalén, expulsado de su hogar por su hijo Absalón, quien había reunido a un ejército que lo apoyaba. Mientras escapaba, David le dio instrucciones a Sadoc, su sacerdote, para que llevara el arca de Dios de vuelta a Jerusalén y para que guiara a su pueblo en la adoración allí. « Vuelve el arca de Dios a la ciudad. Si yo hallare gracia ante los ojos de Jehová, él hará que vuelva, y me dejará verla y a su tabernáculo.Y si dijere: No me complazco en ti; aquí estoy, haga de mí lo que bien le pareciere.» (2 S. 15:25-26).
Tal vez, al igual que David, has perdido el poder de la autodeterminación. Alguien ha tomado el control de tu vida, o así parece.
Puede que tienes miedo de que las circunstancias y el capricho humano hayan anulado tus planes. Pero nada puede frustrar las amorosas intenciones de Dios. Tertuliano (150-220 d.C.) escribió: «No te lamentes por algo que te haya sido quitado . . . por el Señor Dios, sin quien ni siquiera una hoja se desliza de un árbol, y ni un pajarillo del valor de un céntimo cae a tierra».
Nuestro Padre Celestial sabe cómo cuidar de Sus hijos y sólo permitirá lo que Él considera que es lo mejor. Podemos descansar en Su sabiduría y bondad infinitas.
Por tanto, podemos hacer eco de las palabras de David: «Aquí estoy, que haga conmigo lo que bien le parezca».
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