
Sin embargo, todos sabemos que la inmadurez perpetua no es
sólo inadecuada, sino también inaceptable. En el caso de los creyentes, es
vital que maduremos. Después de nacer de nuevo y de convertirnos en seguidores
de Cristo, se espera que dejemos de ser bebés espirituales. Las Escrituras nos
desafían a crecer para asemejarnos más al Señor.
Al escribirle a la iglesia en Corinto (una congregación muy
problemática), Pablo dijo que las dificultades que atravesaba se debían a la
falta de desarrollo espiritual de sus miembros. En 1
Corintios 3:1, señaló: «Hermanos, no pude hablaros como a espirituales,
sino como a carnales, como a niños en Cristo».
¿Cómo crecemos para dejar de ser bebés espirituales? Pedro
insistió: «Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador
Jesucristo» (2
Pedro 3:18). Esto lo logramos al meditar en la Palabra de Dios y al
dedicarnos a la oración (Salmo
119:97-104;
Hechos
1:14). Como en el caso de la iglesia de Corintio, tal vez para nosotros
también sea hora de crecer.
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