Mientras miraba algunas tarjetas de cumpleaños en una tienda
departamental, encontré una que me hizo reír. El mensaje decía: «Sólo eres
joven una vez, pero puedes ser inmaduro siempre». Esa tarjeta estimuló mi
sentido del humor. No tener que crecer posee cierto atractivo, como puede
atestiguar todo admirador de Peter Pan.
Sin embargo, todos sabemos que la inmadurez perpetua no es
sólo inadecuada, sino también inaceptable. En el caso de los creyentes, es
vital que maduremos. Después de nacer de nuevo y de convertirnos en seguidores
de Cristo, se espera que dejemos de ser bebés espirituales. Las Escrituras nos
desafían a crecer para asemejarnos más al Señor.
Al escribirle a la iglesia en Corinto (una congregación muy
problemática), Pablo dijo que las dificultades que atravesaba se debían a la
falta de desarrollo espiritual de sus miembros. En 1
Corintios 3:1, señaló: «Hermanos, no pude hablaros como a espirituales,
sino como a carnales, como a niños en Cristo».
¿Cómo crecemos para dejar de ser bebés espirituales? Pedro
insistió: «Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador
Jesucristo» (2
Pedro 3:18). Esto lo logramos al meditar en la Palabra de Dios y al
dedicarnos a la oración (Salmo
119:97-104;
Hechos
1:14). Como en el caso de la iglesia de Corintio, tal vez para nosotros
también sea hora de crecer.
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