Por: Cindy Hess
Tienes que esforzarte para ofender a los creyentes. Por
naturaleza, son el grupo de personas más perdonador, comprensivo y considerado
con que he tratado. Nunca suponen lo peor. Valoran la importancia de tener
perspectivas diferentes. Son lentos para enojarse, rápidos para perdonar y casi
nunca juzgan con dureza ni actúan con un espíritu que no sea de amor total… No,
aguarda un momento, ¡estaba pensando en los perros golden retriever!
Me reí cuando leí esto en un mensaje de correo electrónico.
Sin embargo, al haber tenido experiencia con esta raza de perros (y también con
cristianos), ¡creo que es cierto que, a veces, los creyentes se enojan con
demasiada facilidad! «El director del coro siempre le da los solos a ella». «El
pastor ni me miró cuando me dio la mano para saludarme». «Hago de todo aquí; la
gente debería valorarme un poco más».
Enojo. Resentimiento. Orgullo. Es verdad, en ocasiones, es
necesario ocuparse de las cuestiones entre creyentes. Pero ¿qué pasaría si
siempre intentáramos tratar a los demás como queremos que nos traten a nosotros
(Mateo
7:12), si no fuéramos tan rápidos para juzgarlos en vez de para perdonarlos
(Lucas
6:37) y si demostráramos un poquito de humildad (Filipenses
2:3)?
¿Y qué sucedería si el mundo reconociera, sin ninguna duda,
que somos seguidores de Jesús por el amor que tenemos «los unos con los otros»
(Juan
13:35)? ¿Es una realidad en nuestro caso?
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