sábado, 20 de agosto de 2011


Mozart es considerado un genio de la composición musical. En una ocasión, aun el canto de un ave lo inspiró. Tenía de mascota un estornino cuyo canto le fascinaba tanto que, según dicen algunos, escribió una pieza musical basada en la melodía que escuchaba en su gorjeo.
Los pájaros también inspiraban al salmista. En el Salmo 104, el escritor alaba a Dios por las criaturas vivientes que puso en la tierra. Entre las cosas que observaba, estaban las aves que volaban en las alturas de los cielos, que se asentaban sobre ramas de árboles y que cantaban melodías que brotaban de corazones gozosos: «A sus orillas habitan las aves de los cielos; cantan entre las ramas» (v. 12). La naturaleza llenaba el corazón del salmista de alabanza a Dios, y yo creo que incluía los sonidos musicales de los pájaros.
A menudo, las maravillas que vemos en la creación nos impulsan a adorar. Este tema se repite a lo largo de toda la Escritura: «Los cielos cuenta la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos» (Salmo 19:1). El estímulo de la creación para la alabanza no necesita limitarse a lo visual, sino que también puede incluir el escuchar los cánticos de la naturaleza. Mientras desandamos nuestra rutina diaria, podemos sintonizar nuestro corazón con las melodías que Dios ha colocado en Sus criaturas y permitir que actúen como una plataforma adicional para alabar al Creador.
La naturaleza toda es una grandiosa sinfonía dirigida por el Creador.

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