Muchos dispositivos localizadores que están hoy en el mercado prometen ayudarnos a seguir el rastro de autos, camiones de carga, aparatos electronicos, padres ancianos, hijos, billeteras, mascotas, convictos en libertad condicional, e incluso víctimas potenciales de secuestro.
Con todo lo útiles que son estos aparatos, no le habrían servido de nada a Agar. A nadie parecía importarle Agar ni el hijo que llevaba en su vientre lo suficiente como para monitorear su bienestar en el desierto. A nadie, excepto a El roi, el término hebreo para «Tu-eres-un-Dios-que-ve» (Gén. 16:13).
Agar servía a Sarai, la esposa de Abram. Sarai se sentía como un eslabón débil en la cadena de la promesa de Dios de bendecir a Abram con muchos descendientes. Ella era estéril, así que le dijo a Abram que se acostara con su sierva para formar una familia por medio de ella. Esta sugerencia (desacertada por cierto) que nació en medio de las intensas presiones culturales para producir un heredero, no llevó a otra cosa sino a problemas.
Cuando Agar quedó embarazada, despreció a Sarai por su incapacidad para tener hijos. Luego Sarai trató a Agar tan mal que ella huyó.
Allí, en el desierto, al sentir la amargura de su pasado y la incertidumbre de su futuro, Agar se encontró con Dios, quien la vio y cuidó de ella.
El roi ve tu amargura pasada, tu dolor presente y tu futuro incierto. Él está tan atento que sabe cuando perece el ave más pequeña (Mt. 10:29-31). Y Él es el Dios que ve y cuida de ti hoy
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