miércoles, 24 de marzo de 2010

PARA MI AMADA

Cuando a mi esposa le hicieron una cirugía dental, estuvo fuera de servicio por el fin de semana. Mientras se estaba recuperando, tuve la agotadora tarea de cuidar de ella y de los niños. Cociné, lavé los platos, hice la limpieza de la casa, viajes especiales a la tienda por ella y bañé a los niños. Cuando vi todo lo que había hecho, pensé en mi interior: «Merezco crédito adicional y un servicio recíproco cuando ella se mejore». Sin embargo, antes de darme demasiadas palmaditas en la espalda y pararme el cuello, el Espíritu Santo me recordó que lo que estaba haciendo era un privilegio y un deber para mí como un esposo cristiano.
En los días de Pablo, muchos creían que las necesidades del esposo dominaban a la familia, y que la esposa existía para satisfacer las necesidades de él y para servirle. Sin embargo, la opinión cristiana era bastante diferente. Las mujeres eran consideradas como personas de igual valía. La esposa pasó de ser un accesorio a ser una persona de valor intrínseco, llegando a ser el centro de la preocupación del esposo. En vez de exigir que ella viviera para él, ¡él tenía que servirla!
Efesios 5:25 ilustra cómo Cristo ama a la iglesia y se entrega a Sí mismo por ella. Y el versículo 29 indica que Jesús la alimenta y cuida de ella. Al buscar ser a la imagen de Cristo, los esposos tienen el privilegio y el deber de sacrificarse por sus esposas, alimentarlas y cuidar de ellas.

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