
Aun si la resucitación fuese posible, buscar la vida eterna lejos de Aquel que es inmortal es buscar un sueño esquivo.
Pablo afirmó que sólo el Señor es la fuente de inmortalidad (1 Timoteo 6:16). Él es eterno en Su carácter y acciones. Sin embargo, para los seres humanos, la muerte es universal, inevitable y finalmente lleva a juicio (Hebreos 9:27). Todo esto es resultado de nuestro pecado, y sólo puede ser contrarrestado por la redención por medio de Jesucristo (Juan 3:15–16). Por medio de Su resurrección, Jesús quebró el poder de la muerte y le mostró a la humanidad el camino a la inmortalidad (2 Timoteo 1:10).
Nuestra respuesta a nuestra mortalidad no debe ser la de conservar nuestros cuerpos físicos por medio de la criogenia, sino la de estar listos para nuestra propia muerte recibiendo el regalo de la vida eterna en Jesús.
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