Un grupo de personas se encontraba reunidas alrededor de la chimenea en la cual se había hecho un gran fuego. Durante la conversación se hizo alusión al cristianismo. Un hombre de edad dijo a la dueña de casa:
–Por lo que acaba de decir, entiendo que usted es cristiana. ¿Cree seriamente en lo que dice la Biblia?
–Sí, fue la respuesta.
–¿También cree que los muertos resucitarán?, siguió preguntando el hombre.
–Sí, volvió a decir la señora.
–¿Y que los que no se hallen inscritos en el libro de la vida irán al infierno?
–Sí, lo creo, agregó la señora.
Entonces este hombre cruzó el salón hasta la esquina donde se hallaba la jaula de un perico. Lo sacó de ella, se dirigió a la chimenea y se dispuso a tirarlo al fuego. Asustada, la señora le tocó el brazo, diciendo:
–¿Qué está haciendo? ¡Pobre pájaro!
El hombre se rió y dijo:
– Oiga, usted siente pena por este pobre pájaro, pero su Dios echa millones de personas al infierno. ¿Es éste un Dios de amor?
La señora le dijo:
–¡Usted está equivocado! Dios no echa a nadie al infierno. Nosotros los seres humanos vamos voluntariamente a él. Dios sí quiere que todos seamos salvos.
Aún hoy el Señor Jesús ofrece gratuitamente el medio de escapar del infierno, ese lugar de desdicha. En Apocalipsis 22:17 leemos: “El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Juan 3:36).
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