En una mañana del domingo de Resurrección hace unos años, cuando iba a la iglesia, vi a un amigo y lo saludé: «¡Feliz Navidad!» Rápidamente corregí: «Quiero decir, ¡Feliz Pascua!» «No se puede tener la una sin la otra» me dijo y sonrió.
¡Es verdad! Sin Navidad, no habría Pascua. Y sin la resurrección, éste sería tan sólo otro día más. De hecho, ni siquiera estaríamos en la iglesia.
La Navidad y la Pascua son las celebraciones más alegres del año. En la primera, celebramos la encarnación (Dios que se hace carne y viene al mundo). «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, . . .» (Juan 3:16).
Pero en la segunda, como cristianos, celebramos la resurrección de Jesús aun con mas gozo. «No está aquí, sino que ha resucitado» — dijo el ángel (Lucas 24:6). Desde el comienzo de los tiempos, estos dos días han estado inextricablemente unidos en el plan maestro del Padre. Jesús nació para morir por nuestros pecados y conquistar la muerte para que pudiéramos vivir.
Sin pretender entrar en controversias con respecto a las fechas¿Cuál es más importante? ¿La Navidad —el nacimiento del niño Jesús? ¿O la Pascua —la muerte y la resurrección del hombre, el Hijo de Dios? Ambas son esenciales y ambas son clara evidencia del amor del Padre por nosotros. ¡Feliz Navidad! ¡Y Feliz Pascua!
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