Los nombres son importantes. Muchos padres dedican meses a investigar antes de decidirse por el nombre perfecto para su bebé. A menudo, la decisión final se basa en su sonido, su carácter único o su significado.
Una mujer cambió su nombre original porque no le gustaba. Erróneamente creía que el cambio alteraría su destino. Eso no es algo muy probable, pero para aquellos que confían en Jesús como su Salvador, a partir de ese momento se les identifica por Su nombre. En ese caso sí que acontece una transformación radical.
El nombre de Jesús conlleva una poderosa trascendencia. En Su nombre los apóstoles realizaron milagros (Hechos 3:6-7, 16; 4:10) y echaron fuera demonios (Lucas 10:17). Hablaron y enseñaron en el nombre de Jesús. Bautizaron creyentes en el nombre de Jesús (Hechos 2:38). Y sólo por medio del nombre de Jesús logramos acceso al Padre (Hechos 4:12).
Cuando nos hacemos cristianos, participamos de ese digno nombre. Y cuando seguimos a Cristo, podemos reflejar Su luz en cualquier oscuridad con la que nos topemos, ya sea en nuestro barrio, en nuestro centro de trabajo, o incluso en nuestro hogar. Nuestra oración debe ser que, cuando las personas nos vean, vean a Cristo.
Puede que nuestros nombres tengan significado o trascendencia. Pero llevar el nombre de cristiano transforma nuestras vidas
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