lunes, 28 de diciembre de 2009

Morir para vivir



Cuando trabaje en un Yonke (venta de refacciones automotrices usadas) nos llegaba mercancía de Canadá, y algo muy característico eran las piezas picadas por la sal que en los inviernos nevados  se pone en la superficie de las carreteras para que sea más seguro viajar sobre ellas. El problema es que la sal carcome el chasis metálico de los vehículos. Así que ir a lavar el vehículo es una práctica  frecuente  de invierno.
Investigando que es lo que usan para disminuir el daño, me entere que en los lugares de lavado las máquinas  rocían un líquido especial por todo el carro. La nota decía que se trataba de un «agente secante», pero eso me sonó raro. Mojar algo para que se seque parece contrario a lo que se espera. Sin embargo, eso es precisamente para lo que esas sustancias químicas están diseñadas. Es un pensamiento contrario a la lógica, una paradoja.
Jesús también lidió con pensamientos contrarios a la intuición al presentar Su mensaje del Reino a Sus seguidores. En Mateo 16:25, dijo: «Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará». Eso no suena correcto. Para salvar tu vida, ¿tienes que perderla? Eso se parece a decir, «para secar algo, ¡mójalo! » Sin embargo, es absolutamente cierto. Sólo cuando muere nuestro yo, encomendando la propiedad de nuestras vidas a Cristo, podemos aprender lo que significa realmente vivir.
Puede que «morir para vivir» parezca ser contrario a la intuición, pero es la clave de la experiencia cristiana.

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