Una gran parte de nuestra infelicidad cuando envejecemos es causada por nuestro suspirar por «los buenos tiempos de antes» - esas épocas cuando disfrutábamos de buena salud, riqueza, posición, o poder. Pero las cosas de este mundo no duran. Son vacilantes, cambiantes, caprichosas. Con el tiempo, puede que estas cosas nos sean arrebatadas y sean reemplazadas con pobreza, soledad, debilidad, y dolor.
Cuando nos damos cuenta que este mundo y todo lo que hay en él es inestable e impredecible, nos quedamos anhelando algo que perdure. ¿Y qué es lo que queda?
El salmista escribió, «Su justicia (de Dios) permanece para siempre» (112:9). Ni el tiempo ni las circunstancias pueden tocarla ni afectarla. Nada que suceda en este mundo puede quitarla. Perdura cuando la vida nos ha despojado de cualquier otra posesión.
Esta justicia es nuestra al acercarnos a Dios por medio de la fe en Jesucristo (ver Ro. 1:17, 3:21-26). Él es nuestra roca y nuestra salvación y la única fuente de felicidad verdadera y perdurable. Salmos 112:1 dice, «Bienaventurado [feliz] es el hombre que teme al SEÑOR, que mucho se deleita en Sus mandamientos.»
Deléitate en el Señor y en Su Palabra, y encontrarás verdadera felicidad. Sólo Él ofrece una justicia que perdura por toda la eternidad.
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