Los árboles de Mango en mi patio trasero por el clima de mi pueblo no dejan de perder hojas en el otoño e invierno pero si sueltan demasiadas. Así que, en un día templado de noviembre, estaba refunfuñando conmigo mismo mientras las juntaba con el rastrillo del suelo.
Luego, una alegre voz dijo, « ¡buenos días!» Una señora se había acercado sin que yo lo notara. Le pregunté: « ¿Y cómo está usted en esta mañana?»
«Me siento llena de bendiciones» — dijo con una sonrisa. Después de un rápido ajuste de actitud, le respondí: «Yo también. ¿No es maravilloso Dios?»
«Sí que lo es —respondió ella— ¿Usted también es un creyente en Jesús?» «Sí, lo soy —respondí— y Él ha llenado mi vida de bendiciones».
Ese breve intercambio no sólo iluminó mi estado de humor, sino que me recordó que aquellos que creemos en Cristo somos bendecidos más allá de toda medida. Después que esta hermana en Cristo se marchó, el cielo se torno más brillante; el terreno ya no se me hizo tan grande; la tarea de rastrillar las hojas se torno menos pesada. El Señor había usado a otro creyente para volver mi atención hacia Él y ver Su bondad (Sal. 33:5).
Los cristianos son parte de una comunidad. Animémonos unos a otros. Nunca sabemos cuándo un compañero de peregrinaje pueda necesitar un recordatorio de la bondad de Dios.
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