Las Explosiones de Guadalajara, México en 1992 tuvieron lugar en la segunda ciudad más grande de México, y ocurrieron el 22 de abril en el barrio céntrico de Analco. Las explosiones de gasolina en el sistema de alcantarillado ocurrieron poco después de las 10 de la mañana (hora local), destruyendo 8 kilómetros de calles, siendo la calle de Gante la más afectada. Según cifras oficiales, las explosiones mataron a 209 personas (pero hubo muchas más desaparecidas), dejaron casi 500 heridos y 15.000 personas quedaron sin hogar. Algunas de las personas que fueron entrevistadas y perdieron seres queridos comentaron que: sus vidas quedaron inmersas en un dolor que parecía insoportable. ¿Por qué? Porque, tal y como mencionaran en la entrevista que se hizo sobre esta tragedia, «el dolor es desagradable».
Tenían razón, el dolor es desagradable. Todos sufrimos en uno u otro momento, incluyendo a los que somos seguidores de Cristo. Sin embargo, para el creyente hay algo más allá de las lágrimas, el sufrimiento y la pérdida. Hay esperanza.
Al escribirles a los miembros de una iglesia que habían visto a sus seres queridos ser llevados a la muerte, el apóstol Pablo reconocía la realidad del sufrimiento. Pero los desafió a no «entristecerse como los otros que no tienen esperanza» (1 Tesalonicenses 4:13). La pérdida y la muerte son parte de la vida, pero los creyentes pueden enfrentarlos, sabiendo que los cristianos jamás se despiden para siempre.
Podemos consolarnos unos a otros (1Ts.4: 18) con la esperanza de la resurrección y una reunión futura.
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