jueves, 28 de enero de 2010

EL NOMBRE

No es fácil seguirle el ritmo a la taquigrafía que acompaña a comunicación electrónica rápida y orientada a la juventud de hoy. En SMS (conversación de mensaje instantáneo) o lenguaje de mensaje de texto, «te quiero mucho» se convierte en «tqm». «A propósito» es «ap». Y, de manera lamentable, algunas personas usan «odm» para «¡Oh, Dios mío!» y «dtb» para «¡Dios te bendiga!»

Estas últimas frases parece estar en labios de muchos que reciben noticias que los llenan de asombro o para despedirse. Pero, como cristianos, necesitamos detenernos antes de pronunciar ésta o cualquier otra frase que usa el nombre de Dios con ligereza.

En Mateo 6, cuando Jesús enseñó a Sus discípulos cómo orar, lo primero que les instruyó que dijeran fue esto: «Padre nuestro que estás en en los cielos, santificado sea tu nombre» (v.9). Claramente, el nombre de Dios en sí es especial. Abarca Su naturaleza, Sus enseñanzas, y Su autoridad moral. Pronunciar el nombre de Dios es llamar al Creador y Sustentador del universo.

Debemos honrar y proteger el santo nombre de Dios de toda manera que sea posible, conservando su uso para aquellas ocasiones cuando hablamos de Él o nos dirigimos a Él con fe. Seamos cuidadosos de nunca convertir el santo nombre de nuestro formidable y poderoso Dios en tan sólo otra frase ligera en nuestros labios o en algún mensaje de texto.

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