Te podría parecer conocida esta escena, inicia el nuevo año, Nuestro personaje se ve en el espejo una mañana y se da cuenta que por las fiestas decembrinas su cuerpo a engrosado un poquitín y toma la determinación de hacer ejercicio para bajar esos kilos que “no sabe como” llegaron ahí. El primer día hace varias flexiones y sale a dar un trote ligero. Al día siguiente, más flexiones, unas cuantas abdominales y a trotar por más tiempo. Día 3: ejercicios y correr 2 kilómetros. Día 4: nuestro gordito en entrenamiento despertó con dolores musculares y con una nueva determinación: de que el ejercicio había sido una mala idea. Si todo lo que había logrado de sus jadeos y resoplidos era enfermarse, este asunto no era para él.
Examinemos otro escenario. Un cristiano se da cuenta de que ha descuidado su relación con Dios; entonces, comienza una nueva rutina espiritual de lectura bíblica y oración. Pero a los pocos días, surgen algunos problemas en su vida. ¿A qué conclusión llega? Al igual que el gordito, ¿debería llegar a la conclusión de que su búsqueda espiritual fue una mala idea y que no le hizo ningún bien? Claro que no.
No oramos y leemos la Biblia para lograr una vida perfecta y libre de problemas. Buscar a Dios no es una cuestión de causa y efecto. Lo hacemos porque beneficia nuestra relación con Aquel que es perfecto. La búsqueda de la piedad no nos eximirá de problemas (2 Timoteo 3:12), pero una vida dedicada a amar y buscar a Dios (Hebreos 10:22) siempre es una buena idea, sin importar lo que suceda.
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